sábado, abril 19, 2008

EL CHISTE

Estábamos cenando en casa de mi abuela paterna, la abuela Doris. Estábamos comiendo, ¿No? Estábamos comiendo, una cena familiar era, no me acuerdo bien. Y estábamos Mi viejo, yo sentado al lado de él. Mis dos tías, mi tío y la abuela Doris. Todos comiendo. Un asado creo. O no, ponele que no era un asado, no. Era ensalada. Si, porque clavado me acuerdo el color verde, bah no me acuerdo bien. Eran pastas.

Bueno, la cosa es que en mi familia somos todos muy jodones, ¿Viste? Entonces yo me acuerdo que todos cargaban a mi abuela porque estaba gorda. La jodian, era una cosa así, con muy buena onda, pero se ve que a la vieja medio como que le molestaba pero se reía. Reacciones normales de gente que jode y gente que es jodida. Los que jodian se cagaban de risa y la abuela Doris se reía pero medio que no le gustaba. Lo típico. Y yo, con 4, 5 años, más o menos, miraba, contemplaba la escena. Y como que sentía una especie de admiración, sobre todo por mi tío. Porque el decía cosas que eran muy chistosas, que me hacían cagar de risa. Aunque yo no entendía un carajo. Escucháme, ¡Con 5, 6 años que querés! Pero bueno, la cosa es que no era lo que decía, era cómo lo decía, ¿No? Y yo quería hablar como el. Quería hacer que todos se rieran, porque yo veía que la pasaban re bien. Entonces me puse a pensar algo gracioso, algún chiste o algún comentario para sazonar la charla. Tenia que ser algo perfecto, tenía que ser un bocadillo que entrara justo en el exacto instante en que se hiciera un vacío sonoro, pero uno de esos vacíos en donde no se corta el clima hilarante, tenia que ser perfecto. Y no solo eso. Además de encontrar el momento perfecto, tenia que encontrar la frase perfecta y, ademes, tenia que encontrar la entonación adecuada, porque sino solamente iba a sonar como un nene de 6 años ¡Y tenia que ser rápido, porque de un momento a otro el momento de euforia se iba a terminar, y si decía mi frase fuera de contexto no iba a servir para nada! Tenía que pensar algo, y tenía que hacerlo ya.

De pronto, el momento esperado. Mi tío termina de decir algo, todos se descajetan de risa, pero mal. Era el momento perfecto para agregar un aditivo, para hacer un comentario de esos que refuerzan la risa descontrolada. Se hace el silencio ínfimo, pero eterno. Ese silencio que pide a gritos que salga un comentario como los de mi tío. Era mi oportunidad de hablar como un “grande”, de hacer que todos se rieran de mi chiste como con los de mi tío. Era ahora o nunca. La frase estaba en mi cabeza, pero lo más importante era la entonación, esa era mi convicción, la entonación es todo. Llegó el momento, o hablo ahora o mi frase magistral se va a perder para siempre en los laberintos de mi memoria. La digo, la digo. Es ahora o nunca. ¡Ya!

-¡Mirá la abuela Doris, parece una vaca como come!-

¡Fue perfecta! Ahora Vienen las risas exacerbadas, los aplausos, la idolatracion. ¡Había estado perfecto! La entonación fue exacta, ahora solo me quedaba mi merecido reconocimiento.

Silencio.

Todas las miradas ahora apuntaban a donde me encontraba yo, mientras que otras avergonzadas se dirigían a los platos o al techo. Yo esperaba ansioso el estallido de alegría. Pero nada. Nadie parecía reaccionar. Capaz había hecho mal la entonación, o capaz no lo entendieron. Ahí empecé a sospechar que algo no estaba bien. Claro que cuando mi viejo se levanto de la silla y me miró, las sospechas se disiparon. Se disiparon para transformarse en certeza: me había mandado una recagada. Me acuerdo de su bigote gigante, y el agarrándome de los pelos de las patillas hasta la puerta de entrada de la casa de mi abuela. Abrió la puerta y me sacó afuera. Me miró fijo a los ojos -el tenia los ojos rojos, inyectados en sangre- me agarró de los hombros, me levantó unos centímetros del piso y me dijo “¿Cómo se te ocurre decir una cosa semejante? Ahora andá y disculpate con la abuela” Y eso fue todo. Ese fue el momento más triste de mi vida. Pero no por la abuela, sino porque no me entendieron. ¡”Una cosa semejante”, dijo! Me acuerdo que me sentí como un idiota. Estaba muy triste. Entré, le pedí disculpas a la vieja y seguí comiendo. El clima festivo se fue armando de nuevo, de a poco. Pero yo ya no tenía ganas de reírme. Mi tío volvió a arrancar con sus chistes, pero yo no participé, hasta me daba vergüenza reírme. Me sentía un fracasado.

Mas tarde, después del postre, del café, los invitados empezaron a irse. Yo me había ido a la pieza de mi abuela, me acuerdo. Si, me acuerdo que estaba leyendo una revistita de X-men. Entonces debería tener 8 años, porque a los 7 no leía, me parece. Bueno, da igual, 6, 7, 8, es lo mismo. La cosa es que estaba leyendo la revista, acostado en mi cama. Estaba medio ofuscado, todavía, pero me estaba tranquilizando un poco ese mundo mágico de fantasía. Esos tipos de X-men tenían problemas más graves que los míos, como para andar preocupándose por una cagada a pedos, o un fracaso humorístico. ¿O estaba leyendo Mafalda? Bueh, la cosa es que estaba ahí, medio enojado, cuando de repente escuché que golpeaban la puerta. Pensé que sería mi viejo, que me venía a decir que nos vamos. Pero no. Era mi tío. Venía a despedirse porque ya se estaba yendo. Entró a la pieza y me miró. Serio. Y me acuerdo que dijo:

-¿Una vaca?-

¡Y se empezó a reír! ¡Se mataba de risa, el gordo! Y entre carcajadas agregó:

- Quedáte tranquilo, guacho, ya van a ir mejorando.-

Mi tío salió riéndose y cerró la puerta. Me quedé mudo. De golpe, como que un calor me empezó a recorrer el cuerpo. Me sentí mejor. Mucho mejor. Por lo menos alguien había entendido mi intención. Si, ya sé, no fue el mejor chiste del mundo, eso es evidente, pero algo debe haber habido. La entonación, supongo. Yo sabía que la entonación era importante y le había puesto mucho empeño a la cosa. Bueno, algo fue, porque mi tío, que era capo en este asunto, entendió lo que yo estaba tratando de hacer, y entendió que era un chiste nomás. Para que nos riéramos todos. Algo tan noble como querer generar una sonrisa. Era aportar un poquito más de alegría, nada más. Mi viejo no lo iba a entender nunca, y mi abuela seguro que tampoco. Pero el tío lo entendió y, además, me dijo “Ya van a ir mejorando” ¡Ja! Ya van a ir mejorando, me dijo. Un capo, el tío. Me había sacado la ficha. Y así me quedé bien. Con eso. Con esa convicción de que iba a tener revancha, de que podía mejorar el nivel de mis comentarios, y lo mejor era que tenía el aval del tío. Capaz que cuando tenía esa edad lo cagaban a pedos por decir estas cosas, también. Ya habría alguna otra reunión familiar. Y cuando fuera, mejor que mi abuela se preparara, porque la próxima vez no lo iba a dar tregua.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh.. pero qué paquetería!



























that`s all.
y fue mucho.

María dijo...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¿mejorando?!!!!!! es poco
estás a niveles fontanarrosescos